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septiembre 15, 2015«Existe una forma de consumir sin poseer». Park Won-soon, alcalde de Seúl, está convencido de ello. Por eso, en septiembre de 2012 puso en marcha un proyecto tan ambicioso y ejemplar como arriesgado: Seúl, la ciudad que comparte pretende, según anunció Park en su presentación, «promulgar políticas que fomenten la aparición de empresas de economía colaborativa y hacer así mejor uso de los recursos existentes a través de la compartición». Casi tres años después, su éxito se antoja rotundo: al calor del proyecto en la capital de Corea del Sur han nacido medio centenar de empresas que trabajan en sectores tan diversos como el del alojamiento, el transporte, o el reciclado. Casi todas ofrecen y administran sus servicios a través de aplicaciones para móviles inteligentes. Al fin y al cabo, se benefician de que la penetración de los smartphone en Corea del Sur sea una de las más elevadas del mundo y de que el país disfrute de la conexión a Internet más rápida.
«El objetivo es dar solución a algunos de los problemas que surgen en una sociedad capitalista regida por un consumismo exacerbado: desde los crecientes atascos hasta el aumento del número de suicidios, pasando por la contaminación del medio ambiente y la carestía de la vivienda. Todos ellos pueden mitigarse compartiendo», explica Kwon Nanshil, directora de Creative Commons Korea (CCKorea), la empresa a la que el Ayuntamiento ha adjudicado la gestión del proyecto. «Muchos consideran que la economía colaborativa daña los intereses económicos de los países, pero se está demostrando que no tiene por qué ser así. Las empresas sociales también crean trabajo y obtienen beneficios».
Buen ejemplo de ello es Norizzang, que se dedica al reciclaje de muebles gracias al crédito blando que obtuvo del programa gubernamental. «Nos hemos convertido en máquinas de usar y tirar cosas que todavía sirven, ya sea en su estado original o en otro. Nuestro objetivo es dar una nueva vida a los muebles que recogemos para evitar que sucumbamos a modas pasajeras que nos llevan a deshacernos de cosas que siguen cumpliendo su función», cuenta la directora de la empresa, Ahn Yeonjung. Los 13 empleados de esta start up recogen los muebles que son desechados, los despiezan en las instalaciones de la empresa y, con la madera que recuperan, fabrican otros nuevos. Son diseños funcionales y modernos. Sin florituras, pero ideales para jóvenes que se mueven de un lado para otro, porque la mayoría son fácilmente desmontables.
«Compartir es el punto de partida. Pero la meta está en la creación de un estilo de vida regido por el sentido común, y no por las leyes de un mercado que, demasiadas veces, basa su negocio en engaños como el de la obsolescencia programada. Muchos creen que la economía participativa sirve sólo para subsistir, y no es así. Se puede hacer dinero sin derrochar recursos», sentencia. No en vano, el año pasado ingresaron más de 200 millones de wones (unos 150.000 euros), y su facturación crece más del 20% anual. «No somos una ONG, queremos tener beneficios como cualquier otra empresa, pero lo que nos diferencia es la forma en la que los obtenemos», sentencia Ahn.
Muchos consideran que la economía colaborativa daña intereses económicos, pero se está demostrando que no
Kwon Nanshil, directora de Creative Commons Korea
De hecho, a la hora de dar su aprobación para que una empresa entre a formar parte de La Ciudad que Comparte y pueda acogerse a los diferentes incentivos del proyecto, además de exigir el cumplimiento de ciertos requisitos técnicos -como que sea una Pyme-, CCKorea también tiene en cuenta el valor social de las propuestas que recibe. Así, entre las iniciativas que han recibido el visto bueno se encuentran algunas tan peculiares como las de Church Plus «que hace un inventario de las iglesias que apenas tienen actividad y las ofrece para ceremonias de todo tipo a un precio mucho más económico», Kiple «que organiza la compraventa de ropa de niño que se ha quedado pequeña», o E-Labour Sharing «que pone en contacto a sus usuarios para el intercambio de trabajo».
Pero el Ayuntamiento reconoce en el acta fundacional del proyecto que «existen conflictos entre el sector de la economía colaborativa y las industrias y leyes existentes», y subraya que «tanto la fiscalidad de los servicios como los seguros que los cubren son problemas que todavía no han sido resueltos por completo». La responsable del CCKorea reconoce que hay fricciones con las empresas del sector tradicional. «De momento, las compañías que han surgido no son lo suficientemente grandes como para que representen una amenaza. Pero sí que hay casos, como Uber o AirBnb, que provocan muchas suspicacias entre las empresas de taxi o los hoteles. No obstante, consideramos que al proteccionismo se debe anteponer siempre el bien social».
Jiyoung Hong también lo cree así. Dirige SoCar, una empresa de automóviles compartidos que nació cuando se puso en marcha el plan para convertir a Seúl en la capital mundial de la economía colaborativa. Ahora dispone de casi 1.500 vehículos que están estacionados en 600 plazas de parking de la ciudad para que sus más de 400.000 usuarios puedan utilizarlos cuando los necesiten. «Los reservan con el móvil, que sirve también para localizar el vehículo e incluso para abrir su puerta, pagan por tramos de 10 minutos, y el viaje ha de ser de ida y vuelta», explica Jiyoung. «Así, pueden disfrutar de la libertad que da un coche sin tener que adquirir uno», explica.
Con este modelo que tiene mucho tirón entre comerciales, propietarios de tiendas, y solteros que tienen una cita, SoCar ha crecido de forma exponencial. Ya da trabajo a medio centenar de personas y está a punto de trasladarse a una oficia más amplia. «Esperamos, además, que el Gobierno cambie este año la legislación de transporte, que data de hace casi medio siglo, para que se permitan servicios similares a los que prestan empresas como Blablacar. Así continuaremos nuestra expansión», añade. Porque, aunque el proyecto de Seúl se ha convertido en objeto de estudio en diferentes países, Jiyoung considera que «la economía colaborativa todavía está en su infancia en Asia». El problema, apostilla, «radica en una mentalidad excesivamente consumista fruto quizá de un desarrollo económico muy rápido».
Ese es, quizá, el cambio más complejo de los que quiere provocar «La Ciudad que Comparte. «Los coreanos hemos perdido la facilidad para compartir que tuvimos antaño, cuando se acuñaron los términos poomasi «intercambio de mano de obra» y dure «cooperativa de agricultores», se lamenta Kwon en la sede de CCKorea. «Por eso, tan importante como crear empresas sociales es dar a conocer lo que hacen para que el público se interese». Así, el primer domingo de junio Creative Commons organiza el Sharing Day, en el que no sólo se celebran seminarios y conferencias sobre la economía colaborativa sino que también se llevan a cabo actividades sociales como una gran comida comunitaria entre las personas que viven solas.
Por otro lado, CCKorea trabaja con diferentes comunidades empobrecidas para implementar medidas que alivien sus problemas económicos: desde abrir al público las plazas de aparcamiento que están vacantes en las urbanizaciones privadas para obtener capital que luego se invierte en el adecentamiento de sus edificios, hasta la puesta en marcha de huertos comunitarios. «El Gobierno trata de que la economía colaborativa tenga el mayor impacto posible en la población más desfavorecida. Así, por ejemplo, ha lanzado un programa para que estudiantes que necesitan piso alquilen habitaciones a precios muy inferiores a los del mercado en casas de personas mayores que viven solas y que necesitan compañía. Sabemos que la soledad es uno de los elementos que más influyen en la elevada tasa de suicidio de ancianos «el 50% de las viviendas están ocupadas por una o dos personas», y creemos que esto puede ayudar a reducirla».
Muy interesante resulta, precisamente, el trabajo que lleva a cabo CCKorea con la Tercera Edad. De hecho, con sus miembros ha puesto en marcha La biblioteca viva, en la que gente de más de 65 años «que es como un libro» comparte en lugares públicos un bien intangible pero muy valioso: las experiencias que ha ido acumulando durante su vida. «Ya hemos organizado unos 2.500 eventos de este tipo con más de 24.000 personas que hacen partícipe al público de esas fascinantes historias que los nietos siempre han querido escuchar de sus abuelos, y que forman parte de nuestro patrimonio histórico. Ponerlas en común no sólo ayuda a mantener viva la memoria colectiva, también es un apoyo a gente mayor que, en demasiadas ocasiones, tiene que luchar contra la soledad», cuenta Sumi Park, empleada de CCKorea.
Finalmente, aunque son minoría, en La Ciudad que Comparte también hay organizaciones sin ánimo de lucro. The Open Closet (El armario abierto) es una de las más interesantes: alquila trajes donados por quienes ya no los van a utilizar. Sobre todo son atuendos formales que los recién licenciados tienen que vestir para acudir a entrevistas de trabajo. «En esta sociedad tan estricta está claramente estipulado como tiene que ser el traje, pero su precio puede superar los 400 euros y, como sucede con los vestidos de boda, luego no se utiliza. Muchos no pueden permitírselo», explica su fundador y presidente, Man Han-Il.
«Funcionamos de dos formas: la más habitual, sobre todo para los habitantes de la capital, consiste en reservar online una cita en nuestro local y venir para elegir un traje con la ayuda de un asesor que tiene en cuenta la empresa o la situación en la que se va a utilizar. Otra, para quienes no residen en Seúl, pasa por tomarse medidas en casa, mandarlas a través de la web junto al motivo para el que se solicita el traje, y elegir entre las posibilidades que se le ofrecen. La ropa se envía y se recibe por correo». Para este año Han espera tener lista una base de datos con todos los conjuntos y estilos «que cuestan siempre lo mismo independientemente de su calidad» accesible desde cualquier dispositivo móvil, y ya está abierto a la exportación de su idea.
«Además, no nos conformamos con el hecho de compartir lo material. Cada traje incluye también la historia de quien lo compró, que suele contar cómo fue su experiencia y cómo terminó consiguiendo el trabajo. Y es algo que consideramos muy importante porque sirve para dar coraje a quien lo viste después», añade Han-il, que aplaude la valentía del Gobierno al lanzar el proyecto. «La economía colaborativa es una fórmula muy efectiva para evitar el derroche de recursos y un modelo efectivo para la redistribución de la riqueza, pero hay muchos poderosos a los que no les interesa que triunfe porque ven peligrar los pingües beneficios que logran haciendo enfermar a la sociedad».
Fuente e imagen cortesía de: http://elpais.com